sábado, 16 de enero de 2010

Tejidos en el crepúsculo


En el invierno el sol transita indiferente por la curva del pequeño pueblo.
Dentro de la casa de material sin revoque, Fernández acaricia la taza de té con
leche y su ojo celeste guarda los racimos de fotos y olores abandonados en Galicia.
Los nudos de las redes que teje son cada uno de los gramos de su pesada existencia.
En aquel pueblo en sepia y calle vieja se adormecen agujas e hilos para ser llevados al mar. Él ya no entra, la gravedad de las aguas no sostiene su historia, pero el recorrido de sus manos flota entre las barcas.
Los niños de la tarde blanca pasean los incipientes dibujos y grafías por las hojas en las manos de sus madres. Y la niña de anteojos y hebilla azul atraviesa los agujeros del trasmallo acurrucado por Fernández para hurgar en los pasillos de los días de la senilidad.
Las manos acortaron sus movimientos, dejaron pasar a otro lado la agilidad para quedarse sólo con la ternura.
Llegan de lejos diagonales y nudos ajenos.
Los últimos hilos de Fernández son enhebrados para no naufragar en el crepúsculo.

Natalia Caram
Derechos reservados del autor

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